Hacía tiempo que no nos pegábamos una aventurilla de las nuestras, siempre entre concentraciones moteras, fiestas de pueblos y marchas. Así que decidí darle una sorpresa a Natalia y hacer algo diferente, y que mejor sitio que Pego do Inferno, un minúsculo lugar perdido en medio de plantaciones de cítricos en la parte occidental del Algarve, Tavira. Se trata de una pequeña cascada con una estética muy particular y aguas "cálidas". Pero claro, a ella le tuve que decir que cogiera el bikini porque nos íbamos a la playa de Tavira.
Nos perdimos un poquito por el camino, pero claro, eso ya estaba dentro mis planes antes de salir con el coche, pero tampoco tardamos tanto en llegar, por lo visto todo el mundo se pierde. Llegamos, discutimos sobre si ese era el camino mas largo, y nos pusimos a andar. Menos mal que alguien nos dijo que siguiéramos el sendero, porque yo ya me iba a meter por los campos de naranjas.... Eso sí, un sendero precioso, una vista expectacular, unos puentes de madera que chirriaban a su paso al más puro estilo Infiana Jones, pero mereció bastante la pena.
Lo primero que sorprende es que no parece que allí haya nada, los mismos huertos de cítricos, las mismas colinas quemadas por el sol... y un poco de vegetación a mano derecha. Si no fuera por unas escaleras de madera de las que se ponen en playas y parques, podría pasar de lado sin enterarme.
Desde una panorámica superior se podía observar todo el entorno, era un lago en medio de la nada precioso, con aguas limpias y cristalinas, donde vertía una cascada preciosa rodeada de tanto verde. La vegetación no es más que la ribeira da Asseca, que es la que aporta el agua a la cascada. Según parece, las rocas por las que discurre son viejas de verdad, lo que explica también que el regato discurra por una especie de cañón en miniatura, varios metros por debajo del nivel del terreno circundante. La caída no es muy alta, pero sí bastante expectacular por la forma de las rocas, gastadas después de millones de años de paciente erosión.
Al llegar allí quedamos maravillados por tanto encanto, apenas había gente, apenas una pandilla de unos 8 niños y un par de matrimonios, así que dejamos las cosas y nos fuimos directos al agua! El agua, para variar helada, pero poco a poco se nos hizo el cuerpo y logramos meternos entero. Pero en la cara de Natalia algo fallaba, según ella, los pescados que por allí nadaban, le estaban mordiendo los tobillos, pero bueno, unas risas, y hasta que empezaron a morderme a mi, aunque claro, mas que mordeduras y bocados, eran cosquillitas, aunque a ella eso no le hacía mucha gracia.
La poza tiene un particular verde oscuro, pero cristalino a su vez, con unos 7 metros de profundidad, aunque la leyenda dice que no tiene fondo. La gente suele saltar desde los árboles circundantes o desde lo alto de la cascada, incluso algunos saltan desde la pasarela de madera. Nosotros nos metimos hasta la cascada, aunque con la fuerza de las aguas la corriente nos llevaba hacia atrás. Estuvimos nadando, jugando y disfrutando del ambiente. Después de unos cuantos chapuzones, investigamos un poco los alrededores, porque el río seguía dejando atrás un paisaje maravilloso.
Poco después recogimos las cosas y nos dispusimos a volver a casa a comer, sin duda con un agradable sabor de boca después de la experiencia vivida. A Natalia le había encanto la sorpresa, y ambos conocimos otro sitio maravilloso.